Hemos pasado de un modelo bipartidista caracterizado por la alternancia en el poder de los partidos tradicionales, a una polarización de dos grandes bloques donde minúsculas formaciones políticas que se pelean por tener grupo propio son determinantes.

Todo gracias a Albert Rivera que pasará a la historia como el líder político que tuvo la oportunidad de dar cuatro años de estabilidad al país en un momento crucial y que por egoísmo empujó a nuestra nación a una situación crítica, además de llevar a Ciudadanos a la irrelevancia y provocar la irrupción de la extrema derecha en el panorama político nacional.

La corte de Albert nunca comprendió que un partido de centro debe tener una visión amplia de la responsabilidad política, su principal objetivo debería haber sido poner por delante el interés general del partidista y llegar a consensos tanto con conservadores como con progresistas para hacer avanzar a la sociedad hacia una evolución colectiva.

La ciudadanía requiere de unos representantes públicos que estén a la altura de las circunstancias, que sean resolutivos, y está harta de salvapatrias que a la hora de la verdad sólo se guían de encuestas demoscópicas para intentar mantener su escaño el mayor tiempo posible.